Aún sabiendo que siempre hubo una pata de la silla que gustaba tambalear… Quería ese choque, ansiaba que tu vestido se volara por la caída.
Aún, cuando por formalidad, las reglas fueron dictadas antes de la mirada. Siempre hubo sinceridad de cuerpos, las palabras lo estropearon todo, de nada sirvió que interpretes mi discurso o que yo agregue puntos suspensivos. Pero igual, la practicidad ayudó a discernir responsabilidades.
Cuando busco, pretendo la salvación, y no lo fuiste. Pero si hay algo que me desespera y fascina es no poder situarte. Y no es tortuoso, diría que se vuelve ocioso.
Y cuando no te busco… la silla sigue siempre en el rincón de la casa. Y son esos días, en que uno vuelve cansado de caminar y patear botellas, en que me siento un rato a conversarte. No estás siempre, la casa es grande y hay otros muebles. Todos crujen, todos me miran, pero tu silla me espera de espaldas y no hay mucho de cortesía en sólo esperar a deshacerme de ella.
No, no estás siempre, no sos augurio ni mucho menos abrigo de ocasión.
Me gusta así, tirar un poco del hilo, solo para tejer la trama de algún recuerdo y después descocerte. Me agrada el ejercicio, será porque no hubo tiempo para estropearlo. La lluvia siempre fue espejo de la tormenta, devino así, en causalidad casual.
Es raro verse, pasado un tiempo prudencial, en la misma estación, el mismo azar de las calles que brotan de recuerdos secos, la misma brisa que lleva y trae, y yo voy y vengo. Tiro del hilo y lo guardo.
Tropezarte en un aroma se asemeja al deseo de no situarte más allá de la silla. Soy cazador de olores, esos que fueron y no pretendo, sean palabras.
Aún así, hay algo mucho más importante que persigo como fin: no terminar nunca de encontrarte.
E.B.
hermoso, muy...
ResponderEliminargracias.
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