¿Puede haber suelos tan lisos, tan reveladores de horizontes que no tenga miedo de pisar? ¿De tirarme de panza, o aún más peligroso, de espaldas? Y caer en tu almohada en un septiembre que no concuerda con esa ventana cerrada.
Más apretabas… y era peor sentir como íbamos desencajando las caras, transformando las salivas, afilando los dientes como puños. Cerrando la abertura que habíamos escarbado desde el principio de la noche, de repente fuimos a buscar baldes y empezamos a echar tierra al hueco; tierra en los ojos, en la boca, cellar todo. Tragar la tierra y entender que era feo, que es feo comer tierra cuando había tantas ganas de dormir juntas.
Es como un dibujo hermoso donde fuimos tirando líneas y de repente lo tachonamos arriba –porque no existe goma en la vida real-.
Y ahora una melodía dulce que te trae directo aquí, a la bombilla del mate, al lápiz que se está quedando sin punta, a mis dedos que cargan con huellas que ya no soportan tanta identidad junta.
E.B.
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