Me cuido, me cuido de todo. De los domingos, de no comerme las uñas, de no temerte en las esquinas (en esa esquina), de los lápices con punta.
Me cuido de que siempre la mesa nos separe, me cuido de tus pies felinos (ni hablar de tus ojos).
Me cuido de las arañas, las cucarachas, de los noticieros, de los labios con punta.
Me cuido de encontrarte aunque jamás de buscarte. Cuido a tu planta, le cuento las ramitas, le hablo de mí y de cómo extraña el ser humano a otro similar humano.
Me empecé a cuidar de los bares después de las cuatro de la mañana y de los excesos baratos.
Me cuido de lavarme los dientes, de sacudir la ropa antes de ponérmela.
Me cuido de llorar, aunque ahora mismo icé bandera blanca, también me cuido del no-llorar. El equilibrio siempre te termina lamiendo los pies.
Me cuidé de vos, me cuidé tanto de vos; hasta que se me ocurrió agarrarte cariño.
Me cuido del fantasma, poco-pero-trato-de-intentarlo. (creo-que-es-porque-ya-no-me-importa-más.)
Entre tanto cuidado creo que ya me asqueé-.
E.B.
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