“No se cómo perderla.”
Esa frase quedó retumbando en mi cabeza mientras seguía la conversación, mientras trataba de que el estómago no se encogiera. De que las palabras tuvieran el pesó lógico-racional que una charla debe ganar si pretende convencer…
El tema de soltar o agarrar. De que no podes, de que no querés, de que me encantaría haya un agujerito para estas bolitas en el medio del cemento.
Vive en mi pecho, se escarba en mis sueños, la vomito por las mañanas y me desespero en las madrugadas.
Ya no sé cómo gritar desde los ojos. Cómo olvidar el clima, los olores, el color de la luz alumbrando la casa…
No puedo desdibujar su carcajada, el verano, la luna de esas noches en la terraza… al principio, muy al principio, cuando nada parecía lastimar ni animarse a.
¿Por qué a mí no se me pierden esas noches? ¿No se caen por algún agujero del pantalón?
¿Cómo hiciste para perderlas tan rápido?
Me prometiste que saldríamos el sábado siguiente…
Me lo prometiste.
E.B.
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