Siempre es llegar a un lugar y tratar de construir.
Apenas abrir la casa de tu departamento y correr a barrer, a limpiar. A abrir las ventanas porque uno se asfixia rápido, rapidísimo buscar la escoba y ponerla tras la puerta. Descalzarse… repensarse, sentirse con el pulso fuera de serenidad y tratar de entender porqué tanto miedo cada vez que se abre esa puerta. Esa o cualquiera, todas o ninguna. Simplemente siempre algo se termina por conceder, por abrirse luz… -como un simple capullo-.
Cuando decido lo hago siguiendo los sentimientos; en realidad la palabra exacta sería chocarse. Cuando me choco con las cosas, con ciertas personas, en momentos críticos o simplemente cuando hay que decidir abrirte o no la puerta de mi casa…; lo hago en base a las pulsaciones en caos, a esas señales que traspiran el cuerpo y marcan el camino. Elijo el cuerpo.
Y cuando me equivoco, y eso se vuelve dolor, elijo a la razón para subsanar el tiempo y caigo en la alabanza de lo concreto. La razón explota contra lo sucedido, contra lo vivido. Como si nunca -y en realidad esa es la cuestión…-, como si nunca hubiese visto cómo fue que sucediste, sucedieron, sucedió…
El tiempo me atrapa, me mide, me contabiliza y siempre da cualidades a las cosas, cualidades que no existen más allá de la cosa; pero que la razón por ser estructura y tiempo, arrasa con su renombrada memoria y su famoso sentido común. Cualquier delirio se forma aquí. Una guerra de mundos: sentimientos o razón. Sentimientos o razón…
Cuántas veces te lo dije esa vez.
¿Cuántas veces elegiste razón? ¿Y cuantas yo absurdo?
¿Cuántas veces ganaste esa noche? ¿Y cuántas palabras perdí yo…?
E.B.
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