Vamos de lo divertido a lo hermoso, de lo horroroso a lo bochornoso.
Y por Zeus, sí que hay que tener valor para callar. Firmeza para poner un “no” tan absoluto sobre la línea de la mirada, ese océano que nivela mi pesadez de amor.
La boca me seca. La boca y no la palabra.
El cigarrillo asquea.
E innumerables cuerpos viejos caen desde papeles amarillos.
El invierno no se va más. Y eso que escribo con las dos ventanas abiertas, temblando pero insistiendo en que ya, es verano. Que ya basta de amarillos humanos...
Volvés. Volvés.
Y nuevamente
volvés...
Te vuelvo. (Eso está claro para el lector ¿no?)
Hace poco me dijeron que decir “no”, no es autoritarismo… es libertad.
Y recuerdo cómo sudé y temblé de miedo el día que viví en carne propia el darme cuenta de lo libre que era; la inmensidad que me recorría… saberme libre, libre de elegir, libre de elegir entender lo que el otro me decía, libre de elegir no lastimar, libre de dejarte mujer, de dejarte de una buena vez y comprender que no siempre la libertad es dulce, pero sí que es real, sí que es adrenalina pura e instintiva.
Hacer libertad de mis pies, manos, boca y sexo.
“En su sueño entró un tango.
En medio del mar un farol se prendió.
Y entre tanto desquicio olvidó las llaves para salir... y salió igual.”
E.B.