Mi cárcel es persistir en la primera
vez, primer página, primer mirada.
La primera vez que leí Rayuela... Era
una montaña rusa, unas ganas terribles de estar todo el tiempo
encima del libro, masticándolo, deseándolo conocer más y más,
pero mientras más llegaba su final empezaba a frenarme... lo
inevitable: el final de las cosas-
La primera vez que te ví, que nos
acercamos, que nos besamos. Pasar todo el día tiradas una arriba de
la otra. Sentir la plenitud de los cuerpos y las almas y la mente y
después, ver el sol caer por la misma ventana que lo vi llegar.
Pensar.. empezar a pensar. Irse. ¿Volver?
Empezar a pensar. Los símbolos se te
echan encima. Descocen sensaciones y las vuelven a coser todas juntas
en significaciones. Esto se ata con aquella sonrisa cómplice. Ese
beso de mariposas en la panza anda estorbando al miedo del amor.
(Anulemoslo por ahora).
Empieza el tetris... Acá. Allá. En
ningún lugar. En todos.
(O hacete cargo y salí corriendo por la puerta.)
Me fui.
A Rayuela la terminé una tarde de
septiembre. Quedé llorando. ¿Qué podría venir mejor después de
eso?
Mi problema son las constelaciones que
insisto en alinearlas. Ya lo están... ya lo están.
Descontrolarse, parar.
Vivir, oler,
acariciar por segundo, por lengua, por letras.
E.B.